Guayaquil, costeña y carismática
Es tan diferente a Quito y Cuenca sus rivales, como el mar es de la tierra. Dos son serenas, frescas y conservadoras mientras la candente y costeña Guayaquil me invita a disfrutar abiertamente. Me envuelve en su húmeda brisa incitándome a bailar lánguidamente con el vaivén de la corriente de su gran río Guayas.
Es la ciudad mas poblada del Ecuador. Y aunque es la cuna de algunos de los pueblos más antiguos de las Américas, luce como una ciudad relativamente moderna, recién construida. Con una sola visita al excelente museo municipal de Guayaquil me entero de su historia prehispánica, su turbulenta política, los grandes incendios que acabaron con grandes sectores de la ciudad en más de una ocasión, y de las olas de inmigrantes y piratas, ambos atraídos por su vibrante comercio gracias al río Guayas. Recorriendo el parque histórico de Guayaquil comienzo a ver la fluidez con que se mezclaron las culturas de los nativos, los conquistadores españoles, los esclavos africanos y los demás inmigrantes: europeos, chinos y libaneses. Siglo tras siglo, cada uno, y todos juntos, transformaron esta ciudad diversa. Tras esas experiencias creo comprender algo del carácter guayaquileño que es alegre, desenfadado, dispuesto, abierto y perseverante pues fue forjado en gran parte por la tensión o dinámica entre el agua y el fuego.
En el gran hotel Guayaquil disfrutamos de un sabroso y económico desayuno. Ubicado cerca del malecón y el centro de la ciudad. El hotel Guayaquil es un buen punto de partida y por eso el desayunar ahí se convierte en nuestro rito matutino durante nuestra visita.
Después de desayunar me pongo el sombrero para protegerme del brillante sol ecuatoriano y me dirijo al malecón. Ese paseo me llena de paz y tranquilidad. Observo la fuerte corriente del río Guayas. Arrastrando entre sus lodosas aguas millares de lechuguillas. A pesar del calor, las fuertes brisas, las docenas de asombrosos escondites, sus jardines y esculturas convierten nuestra sencilla caminata por el malecón en una agradable aventura.
A la hora del almuerzo nos fuimos al restaurante “Red Crab” donde disfrute de coquillas de Saint Jacques de lo más deliciosas. De ahí al mercado de artesanos donde compre algunos regalitos y souvenirs y un sombrerito muy mono. La cena esa noche, en restaurante Lo Nuestro fue toda una delicia. Los suculentos langostinos me dejan maravillada y satisfecha. Ya es tarde cuando salgo del restaurante pero la brisa y la luna me llaman y decido sentarme en una banca en el malecón antes de regresar al hotel Guayaquil. La capilla y el faro del cerro de Santa Ana se ven tan lindos en la distancia.
Me prometo subir al cerro el día siguiente. Después de explorar las plazas y el museo de la música popular Guayaquileña Julio Jaramillo subo los 482 escalones del cerro de Santa Ana. Al llegar a la cima entro a su linda capilla. Unos escalones más y me encuentro en el mirador del faro donde puedo apreciar una vista panorámica de río y de la ciudad. Antes de que se haga muy tarde visito el parque del Seminario, mejor conocido como el parque de las iguanas. De ahí me paso la tarde en el museo de Nahim Isaías, es un pequeño y excepcional museo que me cautiva con su singular presentación del arte religioso. Por la noche nos vamos a cenar a “la Canoa”, su bar esta lleno de vida y de gente interesante. Visitando panteones yo aprendo mucho sobre la cultura y valores de un pueblo, me doy un paseo por el Cementerio General de Guayaquil, el cual no tiene nada que envidiarle a Pere Lachaise de Paris. Es monumental y tres días no serán suficientes para explorarlo como me gustaría hacerlo.
Me prometo subir al cerro el día siguiente. Después de explorar las plazas y el museo de la música popular Guayaquileña Julio Jaramillo subo los 482 escalones del cerro de Santa Ana. Al llegar a la cima entro a su linda capilla. Unos escalones más y me encuentro en el mirador del faro donde puedo apreciar una vista panorámica de río y de la ciudad. Antes de que se haga muy tarde visito el parque del Seminario, mejor conocido como el parque de las iguanas. De ahí me paso la tarde en el museo de Nahim Isaías, es un pequeño y excepcional museo que me cautiva con su singular presentación del arte religioso. Por la noche nos vamos a cenar a “la Canoa”, su bar esta lleno de vida y de gente interesante. Visitando panteones yo aprendo mucho sobre la cultura y valores de un pueblo, me doy un paseo por el Cementerio General de Guayaquil, el cual no tiene nada que envidiarle a Pere Lachaise de Paris. Es monumental y tres días no serán suficientes para explorarlo como me gustaría hacerlo.
Me tengo que conformar con una tarde. Esa noche decidimos cenar en “El Sol de Manta”. Me encanto su exquisita comida de mariscos y la combinación de sabores es una sorprendente maravilla. Conversamos un largo rato con el chef y dueño. Es obvio que con su gran pasión por la cocina y con el deseo de deleitar a sus clientes hizo de nuestra última cena en Guayaquil una inolvidable experiencia.
Me pesa despedirme de esta carismática costeña ciudad y mejor me voy con un “hasta luego” en los labios y la esperanza de algún día poder regresar.
Artículo publicado en “Continental Airlines Magazine.”